lunes, 11 de marzo de 2013

Proyecciones

     Creo que las mejores cosas vienen en los peores estados. Repetidas veces me veo envuelto en una vida lejana a este tiempo, en un lugar conformado por paredes de vidrio, en parte. Suaves colchones se desprenden por doquier y la tenue luz atraviesa los platos de comida. El paisaje urbano se asoma impetuoso por la ventana que da al precipicio de calles y autos, donde vive la metrópolis y las luces de neón. Me pasó horas mirando a través del limpísimo vidrio y guardo leves reflexiones que no duran nada. Estoy feliz, contento; la espontaneidad se vierte en forma de relaciones infructuosas con gente que no conozco. Admiro la belleza de mis pares y lo cuantioso que visten. Resaltan elementos clásicos en sus ropas: un lente de marco rojo, camperas negras con botones blancos y sobrados sombreros de variados tonos y formas. De vez en cuando alguna que otra corbata de color enciende la dejadez que pueda llegar a tener. Las charlas duran hasta el amanecer, copa de vino en mano esperamos al pibe del delivery mientras vemos en la tele un programa de humor que data de más de una década de antigüedad. Viajo y vuelvo sin el menor atisbo de contrariedad, porque la nostalgia pega más que la somnoliencia, pero no cualquier nostalgia, sino la que no hemos vivido o la que estuvo ahí pero jamás llegamos a comprender, a tomar consciencia de la bellísima realidad donde nos encontrabamos viviendo todo esos años olvidados para siempre.
     El aire huele bien y los años pasan a medida que la sensación de control y placer semejantes a un viento de melancolía en plena mañana de otoño en la ciudad, recorre mis pensamientos. No sé quien soy ni que seré, sólo sé que mi pasado fue atrozmente aburrido y desinteresado. Un ser frío sin preocupaciones mayores que el humano promedio. Alguien que no se toma la vida en joda o como proyección a algo más grande que nos esté esperando. La vida no es una cosecha, es la vida misma. La rutina comprometida a desvelarme en el sueño de una amarga realidad. La ceguera que me impongo en pos de olvidar el dejo de deshechos que me configuran en mi atrofiada plenitud. Es tan hermoso salir a caminar por las calles en la mañana donde todos corren. Esa bufanda marrón que veo volar alrededor del cuello y los brazos alrededor de mi cuello, como si esperara algo, la llegada de un resplandor anaranjado, quizás. No sé. Es parecido a estar enamorado, quitando de lado la pizca de locura que nos envuelve, es estar enamorado tranquilamente como un pájaro que aprendió a volar y nunca más volvió a mirar detrás. Es hermoso cuando cierro los ojos y la oscuridad se puebla de imágenes de asombrosa lejanía y tan posible cercanía. Pero pasan los años y sigo igual. Esas ideas de cambio, de nuevos aires, de buenos aires, se ven aplastadas por el peso de la realidad, esa añeja realidad que cuenta el mismo chiste sin gracia. Puede ser, quizá, en un año o dos. Cuando menos lo espere y ¡bam!, ahí estaré, descorchando la alegría que sueño. Con gente golpeando la puerta, con charlas sobre cine de autor en un cineclub perdido en la urbe, una conglomeración de marcianos del más acá y más de viente enanitos ríendo a carcajadas del tropiezo de un buen amigo que espero conocer mejor algún buen día de estos.
     Sin embargo, el fantasma que siento detrás no es propenso a imaginarios de buena fe. Un miedo terrible me invade y me somete a eternos escalofríos. El sonido de una pisada que nunca llega cerca del umbral de miedos que poseo. La oscuridad de la que nunca llegué a acostumbrarme. Es hora de seguir leyendo a tipos que no conozco, deseando aprender a ser el barro por donde andaron. Es hora de creerse otra historia, cambiar el personaje que llevo dentro si es necesario. No creo llegar a la centuria de existencia, eso nos deja poco tiempo para extrapolar, eso nos acerca más al inesperado fin del cual todos sabemos lo necesario para embrutecerlo o embellecerlo, según sea el caso. La eterna variabilidad. Que hermosa es la diferencia que nos diferencia en esta diferente cadena de colores. Parecés explotar en una galaxia de colores, de hecho todos parecen explotar, soy el único que perdió su mecha. No nací para esto, pero odio pensar que nuestro propósito es igual al de los demás. ¡Carajo! que aburrida es la vida entonces. Amar, odiar, crear, creer, reventar, volar; todo nos guía al mismo punto de inflexión donde se acallan las penas y encontramos la lucidez necesaria para sentirnos amos del universo. Poco importa si sos una mierda o no, lo que cuenta es que llegaste, que sobresaliste y chau pirola.
     El frío de afuera me obligó a quedarme en esta cama con vos, desconocido ser. Quien serás no sé, ¿acaso la imagen deslucida que veo bailar en milenios pasados? ¿Qué no eras vos aquella que vivía en la calle Buenos Aires, estudiaba y complacía a mucha gente con tan sólo sonreír? Me habré equivocado, porque jamás volví a verte. Entonces, ¿quién corno sos? Aquel que se acuesta al lado mío en la noche de la mañana del día de la fecha del mundo del cosmos del tiempo. Has de estar loco para dormir y abrir los ojos a a vez, porque de verdad te digo que creo estar soñando al verte ahí, con una sonrisa de oreja a oreja, preguntándome que veo. ¿Qué veo? ¿Que qué veo, preguntás? Pues te veo a vos, te veo a vos y no puedo parar de suspirar la belleza que esta mañana de otoño te encendió al despertarnos en un nuevo mundo, lejos de acá, muy lejos.
     

viernes, 1 de marzo de 2013

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No hay espacio aquí; ni el tiempo existe aquí. No hay personajes, ni protagonistas; ni principales ni secundarios; de reparto o extras. ¿Pero sí hay voz narradora? Se equivoca, porque usted está leyendo un cartel, flotando en la carencia del tiempo y  el lugar.

lunes, 25 de febrero de 2013

Todo tiempo pasado fue rarísimo

     Súbitamente me han atacado. De improvisto las fauces grotescas de la dominación irrisoria se abren ante mí y divagan en recuerdos obsoletos de lejanos tiempos (¡como pasa el tiempo mi querido Clark!). Me sucede cada vez que nado en estas frías aguas; cuando llego por accidente a lugares inhóspitos y no tanto. Explorando galaxias de letras y personajes sin rombre ni nostro. Me atraen, me contagian, me sintonizan, me energizan, me contentan, me llenan, me animan, incluso creo que me dan amor indirectamente de lo a que su objetivo refiera. No importa, cada uno hace de uno lo que uno quiere y no lo que otros quieren. Cada uno toma las cosas por donde le place tomarlas, así no nos cortamos por la misma punta y nos infectamos todos cual enfermedad viral de transmisión circunstancialmente no viral.
     Recuerdo entonces los días anteriores a éste y me descompongo en vergüenzas que otrora eran proeza de mi vida, mis hábitos y mi pseudohabilidad y talento para no hacer nada más que sentarme a esperar que los gorriones entren por la ventana de atrás y caigan admirados por voces que dictan asombro. Me veo entonces recluido es un espasmo aleatorio que no corre con ningún viento y que encuentra el calmo control en la serenidad y el desahogo de dedos cayendo como robustas dagas sin filo. Me enfrento a la ociocidad que inocula mis tardes de vida y arrepiente mis noches de ingrato desvelo cuando no previsible.
     Parezco amar sin desdén alguno el pasado sembrado en el camino sinuoso de mi línea de vida histórica y me pongo a proyectar en realidades virtuales lo que incendie mi consciencia. Hago homenajes que pretenden superarlos, pretenden olvidarlos y pensar que estamos bien con el parpadeo azul del ratón a cables pelados.
     Y si bien soy de la escuela del remate, no busco forzar en absoluto mi consciencia, más bien anhelo una aparición sin precedentes o al menos una que incorpore la excusa perfecta para volver a mis raíces cuánticas de abrirme la tapa de los sesos y hurgar por un poco de queso.

sábado, 16 de febrero de 2013

Persona non grata

   Me parece haber visto tu cara antes por aquí. Decía algo así como "no te quiero, no te veo". Respondía igual y pasaron los días.
   En casa 3 se tapó el inodoro. Alicia se ahogó en la mugre de muchos. Pocos contuvieron sus risas. Pero eso no importa, me preocupa, en cambio, tu falta de atención. ¿Deberé acaso saltar como un loco, jugar con las serpentinas?
   Dime cualquier estupidez y sin duda obedeceré. Dime algo inteligente y lo echaré a perder.

—Carpeta de presentación.

   ¡Ajá! Te atrapé, criminal. A parar a prisión irás, sin goce de sueldo. No habrán pasteles, ni tampoco Alicias. Tu compañero de celda será la soledad, y la vanidad rondará en los pasillos vendados de metal. ¿Pero qué dices? Agitas tu boca altanera y pretendes que escuche sin saber. Tu falta de consideración me perturba. Ipso facto me iré sino te calmas.

—Son 3.75.

   Tu estupidez es ampliamente sorprendente. No sólo acusas a tu falta de inteligencia con la más simple de las serenidades, sino que para el colmo de los colmos, alardeas en ese odioso sistema alfanúmerico que se parece más a un engendro repugnante, que a un amigo cachetón. No me agradas, he de confesar al fin. Espero no te moleste mi opinión personal, no obstante, tu imbecibilidad es tal que asusta al más osado de los Titanes.

—El cambio. Gracias. Chau.

   La facilidad para cambiar de tema denota en tu espíritu sin gracia de juego. ¿Qué es eso de cambiar de tema, agradecer y finalmente despedirse sin decir ni mu ni ma? Deberías avergonzarte y lamentarte por tal aberrante fechoría conversacional. Me sorprende que hasta el día de hoy se me obligue a hablar con gente como tú. Señor mío, es una vergüenza para la raza humana.
   ¡Un poco más de sensatez no hace mal! Consejo de amigo y por lo visto, próximo enemigo.

—Vuelva pronto. Estaré aquí si necesita algo más.

   Por supuesto que estarás, pero no me verás en tu puta vida de gordas proporciones. Gusano analfabeto.

—Bueno, yo me voy a comer algo. El próximo que venga, lo atendés vos. ¿Puedo contar con vos?
—Por supuesto, papá.
—Recorda tratarlos con amabilidad y una sonrisa en el rostro.
—Confiá en mí.
—Bien. Me voy.






...






—Hola.
—Chau.

   Jajaja. Soy un genio.