Creo que las mejores cosas vienen en los peores estados. Repetidas veces me veo envuelto en una vida lejana a este tiempo, en un lugar conformado por paredes de vidrio, en parte. Suaves colchones se desprenden por doquier y la tenue luz atraviesa los platos de comida. El paisaje urbano se asoma impetuoso por la ventana que da al precipicio de calles y autos, donde vive la metrópolis y las luces de neón. Me pasó horas mirando a través del limpísimo vidrio y guardo leves reflexiones que no duran nada. Estoy feliz, contento; la espontaneidad se vierte en forma de relaciones infructuosas con gente que no conozco. Admiro la belleza de mis pares y lo cuantioso que visten. Resaltan elementos clásicos en sus ropas: un lente de marco rojo, camperas negras con botones blancos y sobrados sombreros de variados tonos y formas. De vez en cuando alguna que otra corbata de color enciende la dejadez que pueda llegar a tener. Las charlas duran hasta el amanecer, copa de vino en mano esperamos al pibe del delivery mientras vemos en la tele un programa de humor que data de más de una década de antigüedad. Viajo y vuelvo sin el menor atisbo de contrariedad, porque la nostalgia pega más que la somnoliencia, pero no cualquier nostalgia, sino la que no hemos vivido o la que estuvo ahí pero jamás llegamos a comprender, a tomar consciencia de la bellísima realidad donde nos encontrabamos viviendo todo esos años olvidados para siempre.
El aire huele bien y los años pasan a medida que la sensación de control y placer semejantes a un viento de melancolía en plena mañana de otoño en la ciudad, recorre mis pensamientos. No sé quien soy ni que seré, sólo sé que mi pasado fue atrozmente aburrido y desinteresado. Un ser frío sin preocupaciones mayores que el humano promedio. Alguien que no se toma la vida en joda o como proyección a algo más grande que nos esté esperando. La vida no es una cosecha, es la vida misma. La rutina comprometida a desvelarme en el sueño de una amarga realidad. La ceguera que me impongo en pos de olvidar el dejo de deshechos que me configuran en mi atrofiada plenitud. Es tan hermoso salir a caminar por las calles en la mañana donde todos corren. Esa bufanda marrón que veo volar alrededor del cuello y los brazos alrededor de mi cuello, como si esperara algo, la llegada de un resplandor anaranjado, quizás. No sé. Es parecido a estar enamorado, quitando de lado la pizca de locura que nos envuelve, es estar enamorado tranquilamente como un pájaro que aprendió a volar y nunca más volvió a mirar detrás. Es hermoso cuando cierro los ojos y la oscuridad se puebla de imágenes de asombrosa lejanía y tan posible cercanía. Pero pasan los años y sigo igual. Esas ideas de cambio, de nuevos aires, de buenos aires, se ven aplastadas por el peso de la realidad, esa añeja realidad que cuenta el mismo chiste sin gracia. Puede ser, quizá, en un año o dos. Cuando menos lo espere y ¡bam!, ahí estaré, descorchando la alegría que sueño. Con gente golpeando la puerta, con charlas sobre cine de autor en un cineclub perdido en la urbe, una conglomeración de marcianos del más acá y más de viente enanitos ríendo a carcajadas del tropiezo de un buen amigo que espero conocer mejor algún buen día de estos.
Sin embargo, el fantasma que siento detrás no es propenso a imaginarios de buena fe. Un miedo terrible me invade y me somete a eternos escalofríos. El sonido de una pisada que nunca llega cerca del umbral de miedos que poseo. La oscuridad de la que nunca llegué a acostumbrarme. Es hora de seguir leyendo a tipos que no conozco, deseando aprender a ser el barro por donde andaron. Es hora de creerse otra historia, cambiar el personaje que llevo dentro si es necesario. No creo llegar a la centuria de existencia, eso nos deja poco tiempo para extrapolar, eso nos acerca más al inesperado fin del cual todos sabemos lo necesario para embrutecerlo o embellecerlo, según sea el caso. La eterna variabilidad. Que hermosa es la diferencia que nos diferencia en esta diferente cadena de colores. Parecés explotar en una galaxia de colores, de hecho todos parecen explotar, soy el único que perdió su mecha. No nací para esto, pero odio pensar que nuestro propósito es igual al de los demás. ¡Carajo! que aburrida es la vida entonces. Amar, odiar, crear, creer, reventar, volar; todo nos guía al mismo punto de inflexión donde se acallan las penas y encontramos la lucidez necesaria para sentirnos amos del universo. Poco importa si sos una mierda o no, lo que cuenta es que llegaste, que sobresaliste y chau pirola.
El frío de afuera me obligó a quedarme en esta cama con vos, desconocido ser. Quien serás no sé, ¿acaso la imagen deslucida que veo bailar en milenios pasados? ¿Qué no eras vos aquella que vivía en la calle Buenos Aires, estudiaba y complacía a mucha gente con tan sólo sonreír? Me habré equivocado, porque jamás volví a verte. Entonces, ¿quién corno sos? Aquel que se acuesta al lado mío en la noche de la mañana del día de la fecha del mundo del cosmos del tiempo. Has de estar loco para dormir y abrir los ojos a a vez, porque de verdad te digo que creo estar soñando al verte ahí, con una sonrisa de oreja a oreja, preguntándome que veo. ¿Qué veo? ¿Que qué veo, preguntás? Pues te veo a vos, te veo a vos y no puedo parar de suspirar la belleza que esta mañana de otoño te encendió al despertarnos en un nuevo mundo, lejos de acá, muy lejos.